Documento de la Congregación para la Educación Católica 15
de octubre de 1982
II.- CÓMO VIVIR LA PROPIA IDENTIDAD (nº 25-59)
1.- Rasgos comunes de una identidad vivida.
13.- Lo primero en que debe esforzarse el laico educador que
quiere vivir su propia vocación eclesial es en alcanzar una sólida formación
profesional, que en este caso abarca un amplio abanico de competencias,
culturales, psicológicas y pedagógicas. Este buen nivel hay que mantenerlo y
elevarlo, actualizándolo (nº 27).
14.- Profunda convicción de fe del educador para poder
ofrecer respuestas al educando sobre el sentido último del hombre, de la vida
humana, de la historia y del mundo, tal como las ofrece la Revelación
cristiana. Pero con el más exquisito respeto de la conciencia del alumno (nº
28).
15.- Haber conseguido personalmente la síntesis entre fe y
cultura. En efecto, la comunicación orgánica, crítica y valorativa de la
cultura comporta, evidentemente, una trasmisión de verdades y saberes y en ese
aspecto el educador debe estar continuamente atento a abrir el correspondiente
diálogo entre fe y cultura, para propiciar a ese nivel la debida síntesis
interior del educando (nº 29).
16.- Presentar una serie de valores y contravalores, cuya
consideración como tales depende de la propia concepción de la vida y del
hombre. Pero no puede contentarse con presentar positivamente y con valentía
una serie de valores de carácter cristiano como simples y abstractos objetos de
estima, sino como generadores de actitudes humanas, que procurará suscitar en
los educandos. Tales como:
*la libertad respetuosa con los demás,la responsabilidad
consciente,
*la sincera y permanente búsqueda de la verdad,
*la crítica equilibrada y serena,
*la solidaridad y servicio hacia todos los hombres,
*la sensibilidad hacia la justicia,
*la conciencia especial de ser llamados a ser agentes
positivos de cambio en una sociedad en continua transformación.
Ante el ambiente general de secularización es importante que
el educador pueda abrir la conciencia de sus alumnos a la trascendencia y disponerlos
así a acoger la verdad revelada (nº 30).
17.- A partir de tales actitudes, subrayar lo positivo de
unos comportamientos consecuentes con esas actitudes. La plena coherencia de
saberes, valores, actitudes y comportamientos con la fe, desembocará en la
síntesis personal entre la vida y la fe del educando (nº 31).
18.- Cuanto más viva el educador el modelo de hombre que
presenta como ideal, tanto más será éste creíble y asequible. Especialísima
importancia alcanza aquí el testimonio de la vida del educador laico (nº 32).
19.- Dentro de esta línea, alcanza gran importancia el
contacto directo y personal del educador con el alumno. El educador no puede
olvidar la necesidad de compañía y guía que el alumno tiene en su crecimiento y
la ayuda que precisa para superar sus dudas y desorientaciones. Tiene que
dosificar con prudente realismo la cercanía y la distancia. Cercanía, porque
sin ella carece de base la relación personal; distancia, porque el educando
debe ir afirmando su propia personalidad sin que se vea disminuida su libertad.
Por otro lado, el uso responsable de la libertad, por parte
del alumno, comprende la elección del propio estado de vida, y esto no puede
ser ajeno al educador católico. Además, el contacto personal con el educando es
la fuente misma en la que el educador obtiene el necesario conocimiento que ha
de poseer del alumno para formarlo (nº 33).
20.- El alumno tiene que ser guiado por el educador católico
hacia una actitud de apertura y sociabilidad para con los demás miembros de la
comunidad educativa y de las otras comunidades de que forma parte. Por su
parte, el educador católico debe tener una amplia comunicación y un trabajo en
equipo con sus propios compañeros de trabajo y con otros estamentos de la
comunidad, especialmente con los padres de familia (nº 34).
21.- El educador necesita prestar constante atención al
entorno sociocultural, económico y político de la escuela, y al contexto
regional y nacional. Esto le proporcionará los datos precisos para salir al
paso de las necesidades actuales de formación de sus alumnos e intentar
prepararlos para el mundo futuro que intuye (nº 35).
22.- Tampoco puede considerar como ajenas a su tarea
educativa su participación y colaboración en otros grupos y asociaciones
profesionales o conectadas con la educación, y su posible actividad sindical en
consonancia siempre con los derechos humanos y los principios cristianos sobre
educación (nº 36).
23.- La tarea del educador no puede reducirse a su
profesionalidad. Debe vivir su trabajo como una vocación, que por su misma
naturaleza laical, tendrá que conjugar el desinterés y la generosidad, con la
legítima defensa de sus derechos (nº 37).
2.- Rasgos específicos del laico católico en las diversas
escuelas.
En la Escuela católica:
24.- El laico católico debe ser consciente de los ideales y
objetivos específicos que constituyen el Proyecto Educativo general de la
escuela católica. Por ello debe contribuir corresponsablemente en la
consecución de tales objetivos, en actitud de plena y sincera adhesión a los
mismos. Debe identificarse, además con la específica modalidad de la escuela
donde trabaja. Por último, es importante que participe sencilla y activamente
en la vida litúrgica y sacramental que en su ámbito se desarrolle (nº 38, 39,
40).
25.- "La comunidad educativa debe aspirar a
constituirse, en la escuela católica, en comunidad cristiana, es decir, en
verdadera comunidad de fe. Ello es irrealizable, ni siquiera inicialmente, sin
el compromiso cristiano compartido, al menos por una parte de los principales
estamentos - padres, profesores, alumnos - de la comunidad educativa. Es
sumamente deseable que el laico católico y muy especialmente el educador, esté
dispuesto a participar activamente en grupos de animación pastoral o
cualesquiera núcleos válidos de fermento evangélico" (nº 41).
26.- Hay alumnos no católicos que frecuentan la escuela
católica. Los educadores católicos, al proponer la doctrina en consonancia con
sus propias convicciones religiosas y con la identidad de la escuela, tendrán
sumo respeto para con la libertad de los alumnos no católicos (nº 42).
27.- La presencia simultánea en una escuela católica de
laicos, religiosas o religiosos y sacerdotes constituye para el alumno un
reflejo vivo de esa riqueza que le facilita una mejor asimilación de la
realidad de la Iglesia. La presencia del laico es importante porque enseña a
los alumnos la profesionalidad secular como ordenación del mundo a Dios (nº
43).
28.- Los laicos deben contribuir a la inserción de la
escuela en la pastoral de conjunto de la Iglesia local, lo mismo que favorecer
la relación de las escuelas católicas entre sí, y con otras escuelas (nº 44).
29.- La disminución de sacerdotes y religiosos en la escuela
católica es un hecho. Los laicos deben prepararse para ser capaces de mantener
por sí solos, cuando fuere necesario o conveniente, las escuelas católicas
actuales o futuras. El dinamismo histórico que rige la actualidad hace prever
que, al menos durante un período de tiempo bastante cercano, la existencia de la
escuela católica dependerá fundamentalmente de los laicos (nº 45, 46).
En las Escuelas de Proyectos Educativos varios.
30.- En nuestro mundo pluralista y secularizado, la
presencia del laico católico es con frecuencia la única presencia de la Iglesia
en escuelas estatales y con diversas orientaciones ideológicas. El educador
católico deberá impartir sus materias desde la óptica de la fe cristiana, de
acuerdo con las posibilidades de cada materia y con las circunstancias del
alumno y de la escuela. Semejante actitud debe ir acompañada de un marcado
respeto hacia las convicciones y la tarea de los otros educadores, siempre que
éstos no conculquen los derechos humanos de los alumnos (nº 48, 49, 50).
31.- "Por su seriedad profesional, por su apoyo a la
verdad, a la justicia y a la libertad, por la apertura de miras y su habitual
actitud de servicio, por su entrega personal a los alumnos y su fraterna
solidaridad con todos, por su íntegra vida moral en todos los aspectos, el
laico católico tiene que ser en esta clase de escuela el espejo viviente en
donde todos y cada uno de los miembros de la comunidad educativa puedan ver
reflejada la imagen del hombre evangélico" (nº 52).
En otras Escuelas.
32.- En países de misión o descristianizados el laico
católico será con mucha frecuencia la única o casi exclusiva voz para hacer
llegar a sus alumnos, a los miembros de la comunidad educativa y a todos los
hombres con quienes se relaciona como educador y como persona, el mensaje
evangélico. No se puede olvidar a aquellos laicos católicos que trabajan en
escuelas de países donde la Iglesia es perseguida. Su mera presencia, de por sí
difícil, si se ajusta silenciosa pero vitalmente a la imagen del hombre
evangélico, es ya un anuncio eficaz del mensaje de Cristo (nº 53, 54).
El educador católico como Profesor de Religión:
33.- La enseñanza de la religión es propia de la escuela en
general, siempre que ésta aspire a la formación del hombre en sus dimensiones
fundamentales, de las cuales no puede excluirse la religiosa. La enseñanza
religiosa escolar es también, como la catequesis, "una forma eminente de
apostolado laical" (cf. CT 66). Tomen conciencia los educadores católicos
laicos, según lugares y circunstancias, de la ingente tarea que se les brinda
en este campo. La función del profesor de religión resulta, ciertamente,
incomparable por el hecho de que "se transmite no la propia doctrina o la
de otro maestro, sino la enseñanza de Jesucristo" (cf. CT 6) (nº 56, 59).
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